Esta
mañana me he levantado con ganas de disfrutar del domingo. Hacía mucho sol y me
apetecía relajarme, notar el sol y la brisa en mi piel. Dejar la mente en
blanco y, simplemente, disfrutar de la playa.
He
ido pronto para encontrar un buen hueco. Los que vais a la playa en domingo
sabéis de qué hablo. Misión cumplida. Me he puesto crema y me he tumbado. Todo
ha ido bien. Durante 10 minutos. Hasta el primer bocata de chorizo del día. Hay
que ver qué cosa tan refrescante: 40 grados a la sombra, que sudan hasta las
sombrillas, y ¿qué mejor para sofocar el calor? Pues un bocata caliente, que no
a la plancha, con el pan hecho chicle y relleno de chorizo. Y no un chorizo
cualquiera, no. Pamplonica, ése que impregna hasta las paredes de la nevera.
Encima,
cuando he visto al tío que se lo comía….a ver, yo no sé si hay unas playas para
guapos y otras para feos, pero no sé cómo lo hago, pero siempre voy a parar a
las de feos. Y gordos. Sí, ya sé que es difícil tener glamour en la playa, tampoco
se trata de ir con las perlas (un beso a Carmen Lomana desde aquí), pero hay
unos mínimos. Debería haberlos, me refiero. No digo de poner un RESERVADO EL
DERECHO DE ADMISIÓN, aunque ahora que lo pienso, …¿por qué no? Los feos con los
feos y los guapos con los guapos. Selección natural, creo que se llama.
El
gordo del bocata no iba solo. Iba con su mujer y sus dos hijos: el Dylan y la Yanira , que no sé ni cómo
se escribe. Todos, de tamaño XXL. Como el bocata. Pues nada, he decidido darme
la vuelta para ahorrarme las vistas. Cuando estaba a punto de dormirme, me ha
llovido un pelotazo. “Perdone, señora” y todo lo que queráis, pero el pelotazo
ya me lo he llevado. Aunque en realidad, no sé qué me ha dolido más: si el
pelotazo o lo de SEÑORA. Y por si eso fuera poco, al levantar la vista para ver
de dónde me ha venido, me he encontrado unos pies a un palmo de mi cara. ¡A
un palmo! Vamos, que le podía haber quitado
las durezas sin moverme del sitio.
Pero
ahí no acaba todo. A mi derecha tenía una señora con un niño, el Jonathan
(pronúnciese Yónatan), que al parecer, hoy ha venido a la playa con una misión
clara: echarme arena encima. Las dos primeras veces no he dicho nada, porque
claro “es un niño” , “hay que tener paciencia” y otras chorradas por el estilo.
Pero la tercera vez no me he callado. Le he dicho que por favor tuviera
cuidado, que me estaba echando arena todo el rato. Ojo a la respuesta de la
señora. “Si no quieres que te echen arena, no vengas a la playa.”
Ahora
resulta que los que vamos a la playa, vamos a que nos echen arena. Primera
noticia, oiga.
En
ese momento, he decidido refrescarme. Estaba muy acalorada (en todos los
sentidos, además) y el agua estaba fría, por lo que me metía despacio, como
hacen las abuelas. Yo a mi ritmo, pasito a pasito, …hasta que ha venido el
Jonathan corriendo a tirarse en bomba a mi lado. Me ha ahorrado el baño, claro.
El activo, digo. Me ha mojado de arriba abajo. Qué mono, el Jonathan. “Pues
nada, ahora que ya estoy refrescada, ya puedo volver a mi sitio”, me he dicho.
Llego
a mi sitio, no sin antes esquivar los mil y un obstáculos que me he encontrado
por el camino y sin poder dar dos pasos en línea recta …porque además, otra
cosa, la gente ¿cómo pone las toallas? Sin orden ni concierto, de cualquier
manera. Sin lógica ninguna. Si vais 3, lo normal es que las pongáis en
paralelo, una junto a la otra. Que quede una cosa ordenada, ¿no? Pues no. Uno
horizontal, el otro vertical y el otro en diagonal. ¡Olé,olé!
Y
esta gente, ¡luego vota! Claro, no saben lo que es derecha o izquierda, y así
votan, también.
Ya
he llegado a mi sitio, refrescada, me tumbo otra vez. Y ahora me invade otro
aroma, esta vez de otro estilo, pero igual de potente o más….¡se están fumando
un porro! Da igual que no esté cerca. Es como el chorizo: impregna toda la
playa. Todo mi radio de acción, al menos.
Pero
claro, he pensado que mejor no decir nada que a ver si me tengo que oír “Oye,
si no te gustan los porros, ¡no vayas a la playa!”.
Pues
no es por dar ideas, pero si se presenta un político que quiera privatizar las
playas, en el sentido de clasificarlas, por lo menos un voto lo tendría. Y ojo,
que no digo que los feos, gordos y porretas no tengan derecho a ir a la playa.
Sólo digo que se mezclen entre ellos. Igual que los que comen chorizo o
falafel, que se impregnen los unos a los otros. ¿Verdad que hay playas para
nudistas? No es tan descabellado. Sólo se trata de ampliar el espectro.
Y
hoy, la verdad, podría haber sido aún peor. Como no hacía viento, me he
ahorrado uno de los fenómenos más relajantes de la playa: el ataque de las
sombrillas voladoras.