jueves, 23 de julio de 2015

DOMINGO DE PLAYA

Esta mañana me he levantado con ganas de disfrutar del domingo. Hacía mucho sol y me apetecía relajarme, notar el sol y la brisa en mi piel. Dejar la mente en blanco y, simplemente, disfrutar de la playa.

He ido pronto para encontrar un buen hueco. Los que vais a la playa en domingo sabéis de qué hablo. Misión cumplida. Me he puesto crema y me he tumbado. Todo ha ido bien. Durante 10 minutos. Hasta el primer bocata de chorizo del día. Hay que ver qué cosa tan refrescante: 40 grados a la sombra, que sudan hasta las sombrillas, y ¿qué mejor para sofocar el calor? Pues un bocata caliente, que no a la plancha, con el pan hecho chicle y relleno de chorizo. Y no un chorizo cualquiera, no. Pamplonica, ése que impregna hasta las paredes de la nevera.

Encima, cuando he visto al tío que se lo comía….a ver, yo no sé si hay unas playas para guapos y otras para feos, pero no sé cómo lo hago, pero siempre voy a parar a las de feos. Y gordos. Sí, ya sé que es difícil tener glamour en la playa, tampoco se trata de ir con las perlas (un beso a Carmen Lomana desde aquí), pero hay unos mínimos. Debería haberlos, me refiero. No digo de poner un RESERVADO EL DERECHO DE ADMISIÓN, aunque ahora que lo pienso, …¿por qué no? Los feos con los feos y los guapos con los guapos. Selección natural, creo que se llama.

El gordo del bocata no iba solo. Iba con su mujer y sus dos hijos: el Dylan y la Yanira, que no sé ni cómo se escribe. Todos, de tamaño XXL. Como el bocata. Pues nada, he decidido darme la vuelta para ahorrarme las vistas. Cuando estaba a punto de dormirme, me ha llovido un pelotazo. “Perdone, señora” y todo lo que queráis, pero el pelotazo ya me lo he llevado. Aunque en realidad, no sé qué me ha dolido más: si el pelotazo o lo de SEÑORA. Y por si eso fuera poco, al levantar la vista para ver de dónde me ha venido, me he encontrado unos pies a un palmo de mi cara. ¡A un  palmo! Vamos, que le podía haber quitado las durezas sin moverme del sitio.   

Pero ahí no acaba todo. A mi derecha tenía una señora con un niño, el Jonathan (pronúnciese Yónatan), que al parecer, hoy ha venido a la playa con una misión clara: echarme arena encima. Las dos primeras veces no he dicho nada, porque claro “es un niño” , “hay que tener paciencia” y otras chorradas por el estilo. Pero la tercera vez no me he callado. Le he dicho que por favor tuviera cuidado, que me estaba echando arena todo el rato. Ojo a la respuesta de la señora. “Si no quieres que te echen arena, no vengas a la playa.”
Ahora resulta que los que vamos a la playa, vamos a que nos echen arena. Primera noticia, oiga.

En ese momento, he decidido refrescarme. Estaba muy acalorada (en todos los sentidos, además) y el agua estaba fría, por lo que me metía despacio, como hacen las abuelas. Yo a mi ritmo, pasito a pasito, …hasta que ha venido el Jonathan corriendo a tirarse en bomba a mi lado. Me ha ahorrado el baño, claro. El activo, digo. Me ha mojado de arriba abajo. Qué mono, el Jonathan. “Pues nada, ahora que ya estoy refrescada, ya puedo volver a mi sitio”, me he dicho. 

Llego a mi sitio, no sin antes esquivar los mil y un obstáculos que me he encontrado por el camino y sin poder dar dos pasos en línea recta …porque además, otra cosa, la gente ¿cómo pone las toallas? Sin orden ni concierto, de cualquier manera. Sin lógica ninguna. Si vais 3, lo normal es que las pongáis en paralelo, una junto a la otra. Que quede una cosa ordenada, ¿no? Pues no. Uno horizontal, el otro vertical y el otro en diagonal. ¡Olé,olé!
Y esta gente, ¡luego vota! Claro, no saben lo que es derecha o izquierda, y así votan, también.

Ya he llegado a mi sitio, refrescada, me tumbo otra vez. Y ahora me invade otro aroma, esta vez de otro estilo, pero igual de potente o más….¡se están fumando un porro! Da igual que no esté cerca. Es como el chorizo: impregna toda la playa. Todo mi radio de acción, al menos.
Pero claro, he pensado que mejor no decir nada que a ver si me tengo que oír “Oye, si no te gustan los porros, ¡no vayas a la playa!”.

Pues no es por dar ideas, pero si se presenta un político que quiera privatizar las playas, en el sentido de clasificarlas, por lo menos un voto lo tendría. Y ojo, que no digo que los feos, gordos y porretas no tengan derecho a ir a la playa. Sólo digo que se mezclen entre ellos. Igual que los que comen chorizo o falafel, que se impregnen los unos a los otros. ¿Verdad que hay playas para nudistas? No es tan descabellado. Sólo se trata de ampliar el espectro.

Y hoy, la verdad, podría haber sido aún peor. Como no hacía viento, me he ahorrado uno de los fenómenos más relajantes de la playa: el ataque de las sombrillas voladoras.

45’ es lo que he durado. Porque, claro, he pensado “a ver si de tan, tan relajada voy a entrar en trance y luego no voy a poder salir.”