martes, 16 de junio de 2015

MALDITA MODERNIDAD


En los 80 pensábamos que lo mejor estaba por llegar. Que con el año 2000 y el cambio de siglo nos convertiríamos en modernos, así como por arte de magia, que conviviríamos con robots, que el nuevo siglo nos traería nuevas tecnologías. Que el futuro nos haría más felices. Y nos creímos esa fantasía.

En el año 2015 puedo afirmar dos cosas: que prefería los 80 y que maldigo la modernidad.

Somos tan modernos, que ya no escribimos a mano. Ya no enviamos cartas ni postales. Y como cuando hemos de escribir algo, nos lo escribe un tercero, llámese teléfono móvil u ordenador, hemos descuidado la ortografía de una manera sangrante. Y la gramática. Escribimos poco y mal. Pero qué modernos somos, oiga.

De tan modernos, nos hemos pasado de largo. Salimos a trabajar para poder pagar una canguro que se ocupe de nuestros hijos. Lo comido por lo servido. Pero claro, no hay que quedarse en casa a cuidar de los hijos, que eso no es moderno. Y, claro, con lo poco que los vemos, ¡cómo los vamos a castigar!. Les decimos que sí a todo, que es más fácil y cansa menos. Y luego, cuando en el cole nos digan que nuestro hijo no acepta un no, iremos a quejarnos y a pedir explicaciones. Y que no se pongan chulos,¿eh?  que algunos denuncian por menos.

Somos tan modernos que los niños de ahora nos salen hiperactivos. O con déficit de atención. O con las dos cosas: trastorno de déficit de atención con hiperactividad. Ya es una patología. O violentos. O todo junto. Les cuesta poner atención, en teoría. Aunque yo los veo más como víctimas de un déficit de atención ajena. Qué difícil recibir atención de padres ausentes. Pero modernos, eso sí.

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que utilizábamos el verbo “desconectar” en sentido figurado. La modernidad nos ha impuesto estar conectados el máximo de tiempo posible. Pero no entre nosotros, no. Conectados a máquinas, ordenadores, tablets, teléfonos móviles. Nos relacionamos entre nosotros de manera virtual, a través de dispositivos con Internet. Internet imprescindible, eso sí. Porque hemos de poder publicar en las redes todas nuestras actividades. Ésas cuyo conocimiento es de vital importancia para nuestros amigos y conocidos: que he ido a correr y he mejorado mi marca, que estoy en el AVE, que cumplo 3 meses con mi novio, que he desayunado yogur con muesli. Y así, hasta el infinito.

Aunque pueda parecer una paradoja, estar conectado es el estado máximo de desconexión.  Nos aleja del mundo real, de personas reales, de momentos reales. Nos encerramos en nosotros mismos y cada vez estamos más aislados, a pesar de estar permanentemente conectados. Esa conexión es ficticia y maligna. Y crea dependencia. Otra patología de la modernidad.  

Claro que Internet es un gran invento, eso es indiscutible. Ese acceso inmediato a todo tipo de información no tiene precio. Pero el consumismo compulsivo y absurdo ha llegado también a Internet.

Me preocupa que esta nueva forma de relacionarnos sea incluso más nociva de lo que parece. Es difícil nadar contra corriente, pero hay que intentarlo. Porque en 30 años nos hemos cargado un modelo de vida, de familia, de educación y, lo que es peor, nos estamos cargando el sentido común.

Los que creíamos que la esclavitud había sido abolida estábamos equivocados. Ahora somos esclavos de nuestra frivolidad, nuestro exhibicionismo y nuestra sinrazón. Muy modernos, eso sí. Pero esclavos, al fin y al cabo.

Maldita modernidad.

jueves, 11 de junio de 2015

CON PRISA PERO SIN PAUSA

Gente que corre de aquí para allá. Todos tienen prisa: unos, porque se les escapa el autobús. Otros, porque llegan tarde al trabajo. Y la gran mayoría, que corre sin saber por qué.

Hay que tener prisa, que no está bien visto ir despacio por la vida. Hay que ser hiperactivo, tener stress, ansiedad y otros inventos post-modernos que nos roben la paz. Lo peor del caso es que, por mucho que nos apresuremos para no perder tiempo (se supone que la intención es exprimirlo al máximo), hay una sensación generalizada de “No puedo llegar a todo”. El absurdo total.   

Está bien aprovechar el tiempo. Pero también perderlo, cuando convenga. El tiempo en sí no es un valor. Lo importante es cómo se utiliza. He ahí el problema: no hacemos un uso racional del tiempo que tenemos. Si el día tiene 24 horas, trabajamos 8 y dormimos otras 8, aún nos quedan ocho horas libres. Cada día. Pero vivimos instalados en la cultura de la prisa. “Te tenía que llamar, pero no he tenido tiempo”. “Hoy no he comido porque no he tenido tiempo.” “Me gustaría tomarme unas vacaciones, pero no tengo tiempo.”

El concepto NO TENER TIEMPO es otro maldito invento moderno que nos hace sentir frustrados. Y culpables. Que de eso se trata. Y como no tengo tiempo de nada, voy a ir más deprisa para ganar más tiempo al tiempo. ¿Y dónde va el tiempo que ahorramos? Me pregunto. En la era del reciclaje, no somos capaces de reutilizarlo de manera inteligente. Seguimos corriendo de aquí para allá, para no llegar a ningún lado. Eso sí, no hay que parar. Hay que producir, ser multitarea, hacer varias cosas a la vez, que no hay tiempo que perder. Mandamos mensajes escritos, o incluso comemos, mientras caminamos por la calle; hablamos por teléfono mientras cocinamos;  en la playa escuchamos música y leemos mientras tomamos el sol. Queremos abarcarlo todo. Al parecer, se nos ha olvidado el refrán de “Quien mucho abarca….”

Y así nos va. Lo hacemos todo con prisas y, claro, los resultados son los que son.

Yo tengo una teoría sobre  por qué nos hemos dejado arrastrar por esta corriente de hacer mil cosas a la vez y ninguna en concreto. Tenemos miedo al vacío, al silencio, a la inactividad. No hay que parar. Porque si paramos, si nos tomamos el tiempo para pensar y analizar, para reflexionar, descubriremos cosas que, quizás, preferimos seguir ignorando. Porque, ¿y si descubrimos que ir corriendo a todas partes no nos hace más felices? ¿y si nos damos cuenta de que ir con prisas no es sinónimo de aprovechar el tiempo? También podríamos llegar a la conclusión de que sólo hacemos muchas cosas, aun sabiendo que vivir no se basa en hacer, sino en sentir.

Pero, no hay que preocuparse, que para eso hay que parar, hacer una pausa. Aún me gustaría profundizar un poco más, pero tendrá que ser en otro momento, que ahora  tengo prisa.