martes, 13 de junio de 2017

SIN FILTRO

En la era de los filtros, unos tanto y otros tan poco. Me explico: tantos filtros que aplicáis en vuestras fotos de Instagram, por ejemplo, y tan pocos que aplicáis en la vida. No está compensado.

Hay cosas que nunca deberían pasar de moda. Que no son cosas, en realidad. En este caso, me refiero al pudor. ¿Dónde ha ido a parar? ¿Qué fue de él? Con la aparición de las redes sociales, se hace más evidente que está en peligro de extinción. Es urgente que vuelva, hay que recuperarlo como sea. Al mismo tiempo que el exhibicionismo debería pasar a mejor vida, a ser posible para siempre.

Abro Facebook y me encuentro desde el ramo de flores de un muerto, al vídeo de un parto de unos padres primerizos. Esos serían casos extremos de falta de pudor, pero no los únicos. Hay otros en el mundo real, como la típica vecina que cuando te la cruzas un lunes cualquiera y le preguntas cómo va todo (pregunta trámite) te contesta que ha cambiado de psiquiatra y le han subido la medicación. La otra te cuenta que el marido le pone los cuernos y que ya está harta.  O la compañera de zumba, que cuando le preguntas qué tal el finde y esperas que te responda “muy bien, gracias, ¿y el tuyo?” te responde con quién se ha acostado, lo bien que canta su hermana, y no solo te lo dice sino que te hace escuchar el audio de 3’ y también te enseña un vídeo de lo bien que juega al tenis su sobrino de 5 años. PLASTAS. Eso es de plasta.

La falta de pudor no viene sola, por desgracia. Se mezcla con exhibicionismo y mala educación. ¿De verdad me tengo que comer un vídeo de un crío de 5 años al que ni siquiera conozco? Yo creo que no, pero lo hago por educación. Que yo sí la tengo.

Luego están los plastas VIP, los famosos, vaya. Me viene a la mente una pareja que se acaba de casar, que no hacen más que publicar y republicar lo mucho que se quieren y otros mensajes ridículos que venden al peso. De verdad, ¿no se pueden querer sin dar la brasa #toelrrato? Y sobre todo, ¿no se lo pueden  decir en casa, sin nadie delante? Llamadme romántica, pero eso me parece una banalización del amor. O sea, que además de impúdicos, son vulgares.

El absurdo continúa con pies descalzos en la playa, selfies en el gimnasio y en el ascensor poniendo morritos (¿?) y leyendo libros de autoayuda en plena naturaleza. A ver, yo creo que un selfie pisando la luna o con Madonna es algo para compartir, pero lo del selfie en el ascensor me gustaría que os lo replantearais, en serio. Hasta hace poco, también habría servido un selfie en la cima del Everest, pero ya no, que últimamente sube cualquiera a la pata coja. Y otra cosa: menos leer libros de autoayuda y más hacer el bien al prójimo.

Y si no se os ocurre cómo hacer el bien, empezad por filtrar.


Que con eso ya tenemos mucho ganado.

jueves, 1 de junio de 2017

CAJONES


El cajón de los calcetines, el cajón de las corbatas, el cajón de las facturas….Así es cómo clasificamos y guardamos nuestras cosas. Y es muy importante que cada cosa esté en su sitio, más de lo que pensamos. De hecho, una clasificación errónea solo causa confusión y frustración.

Y ojalá solo pasara con cosas, pero también pasa con personas, ahí es donde se complica el tema.

Por ejemplo, conocemos a alguien que nos encanta, tenemos un flechazo y lo guardamos en el cajón de “el amor de mi vida”. Con el tiempo vemos que nos hemos equivocado, pero nos negamos a cambiarlo de cajón. A veces incluso lo cerramos con llave. ¡Como si eso salvaguardara nuestra decisión!

También nos pasa con amigos. El cajón de “mejores amigos” no puede estar muy lleno, pero a veces insistimos con alguien que no merece estar en ese cajón: alguien que nos decepciona una y otra vez, que hiere nuestros sentimientos y al que seguimos dando oportunidades. Alguien así debería estar en el cajón de “conocidos”, que ahí cabe más gente.

El cajón de la familia merece mención aparte. Es uno de los más preciados para nosotros. La familia es, o debería ser, ese entorno que nos quiere, nos cuida y nos protege. Y no siempre es así. Por suerte, hay amigos que desempeñan esa función.

En los tres casos, solo hay una solución: aceptar que nos hemos equivocado y cambiarlos de cajón. Sin dramas. La mayoría de nuestras tristezas vienen por esos desajustes. En lugar de reordenar los cajones, los vemos como algo inamovible, nos aferramos a esa clasificación porque es LA NUESTRA, porque la hemos respetado durante años, porque no queremos alterar el orden establecido…..

Si hay algo que nos enseña la vida, es que nada es para siempre. Así que deberíamos revisar nuestros cajones de vez en cuando, sacar de aquí para meter allí y entender que cualquier cambio es reversible. Que la vida es cambiante y nosotros también, así que aceptemos el cambio y evolucionemos con él.

Y si no queréis hacerlo porque lo digo yo, hacedlo por cajones.