lunes, 20 de diciembre de 2021

ETIQUETAS

  

Me llamo Bond. James Bond.

Qué fácil debe resultar presentarse cuando todo el mundo sabe quién eres y a qué te dedicas en 007. Y, en este caso, hasta cuál es tu bebida favorita y qué coche tienes.

Cuando nos presentan a alguien, es habitual que esa persona nos pregunte a qué nos dedicamos. Seguramente, porque nos quiere dar la turra hablando de su trabajo. Una pregunta que no me gusta que me hagan y que, por lo tanto, no hago. Una vez escuché a alguien decir en medio de una presentación de grupo “Trabajo de secretaria” y, tras una breve pausa, añadió “pero no soy secretaria”.

¿Qué nos evoca la palabra “secretaria”? Seguramente una mujer más bien seria, eficiente, con vocación de servicio, organizada y metódica. ¡Si hasta James Bond tenía una! Luego descubrí que, además de no ser secretaria, tenía una gran vis cómica y se le daban muy bien las imitaciones y los acentos, por no hablar de su facilidad con los idiomas y los juegos de palabras. Así que me parece comprensible que alguien tan versátil sienta que la etiqueta de “secretaria” le aprieta demasiado.

Estamos habituados a referirnos a las personas por su profesión: “Fulanito es electricista”, “Menganito es contable”. Poner etiquetas nos ahorra tiempo, el tiempo que implica conocer a alguien de verdad. Si alguien afirma que Michael Jordan ha sido el mejor jugador de baloncesto de la historia o que Amancio Ortega es el mejor empresario de España, seguramente estaremos todos de acuerdo, pero, ¿qué pensarán ellos? ¿Se sentirían cómodos con tales definiciones? Al fin y al cabo, se refieren solo a su faceta profesional.

No soy partidaria de esa manía nuestra tan extendida de etiquetarnos, unos a otros, como si formáramos parte de una clasificación infinita, en función de nuestro trabajo, como si fuera algo inmutable que nos ata para siempre. La única clasificación que debería importar es la que distingue a las buenas personas de las malas. Por cierto, a lo de etiquetar ahora lo llaman branding. Al parecer, en inglés todo suena mejor. Yo, es que soy una hater de los anglicismos.

La mayoría de los trabajos no mejoran el mundo ni a nosotros mismos. La mayoría de los trabajos son anodinos. Mi trabajo no define quién soy ni qué siento. Mi trabajo no alimenta mi corazón ni mi alma.

Nuestro trabajo es vivir, y eso pasa por ser, sentir y compartir.

Pd: ni siquiera alguien con un trabajo tan molón como James Bond entregaba su vida al  trabajo.

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 14 de noviembre de 2021

ODA A LA DELGADEZ

Pantalones skinny fit, geles quemagrasas, la falda que más estiliza, el sustitutivo de comida más saciante del mercado, el truco de las celebs para comer sin engordar, ….podría continuar y llenar páginas y páginas con frases similares que aparecen a todas horas en todas partes en la tv, en las revistas de moda y en la publicidad en general.

Curiosamente, estos mensajes se dirigen sólo a las mujeres, que, al parecer, queremos estar delgadas a cualquier precio. Nuestra máxima aspiración en la vida, como mujeres, es ser delgadas. Y si no podemos serlo, al menos debemos parecerlo. O eso creen los publicitarios que crean esos mensajes. La verdad, tengo cosas más importantes en las que pensar, como qué color de uñas me voy a poner en navidad o si se seguirán llevando los vestidos de lentejuelas en fin de año. 

Y, claro, ese bombardeo incesante hace más mella que la comida basura, que es de lo que se trata. Cada vez hay más gente que asocia ser guapa con estar delgada y oigo a menudo “Está muy guapa, ahora que ha adelgazado”, aunque se le haya quedado el cutis como una pasa de tanto adelgazar. A ver, señoras y señores, me parece una obviedad, pero lo voy a poner por escrito por si acaso: la belleza no tiene nada que ver con la delgadez. Y estar delgada no es sinónimo de ser guapa, ni sexy, ni de  estar sana.

Dietas detox por aquí, ayunos intermitentes por allá, contadores de calorías, alimentos light, centros de adelgazamiento, todo siempre con el mismo objetivo: perder peso.

Y no queda ahí la cosa, no. Lo peor es que se ha convertido en tema de conversación: por ejemplo, en el gimnasio, hablando con una amiga el otro día, le dije que había quedado para ir a cenar a una pizzería con un amigo. Su respuesta fue “¿¿¿pizza para cenar???” con una cara parecida a la que le habría puesto yo a alguien que me dice que cena piedras. Y continuó con el sermón de que los carbohidratos por la noche, bla bla. Madre mía, qué pesadez. Y no me refiero a los carbohidratos.

Por cierto, yo no voy al gimnasio para estar delgada, sino porque despejo la mente y me hace sentir bien.

Luego están los que te dicen que has engordado con tonito condescendiente: “has engordado, ¿no?”. Que deben pensar que no tenemos espejos en casa. Ni báscula.  Aunque no hablo por mí, que yo no estoy gorda. Aprovecho la ocasión para reivindicar la palabra, que ahora lo llaman tener un “cuerpo no normativo” y yo, si fuera el caso, prefiero que me llamen gorda que, al menos así, lo entiende todo el mundo.  Pues eso, que tengo un IMC saludable. Podéis saludarlo, si lo veis.  

Como mujer, me siento muy incómoda con este tipo de mensajes que parece que no podemos esquivar ni debemos ignorar. Además, poner el foco en algo tan superficial contribuye a distorsionar la imagen de la mujer actual. Más, si cabe, que los filtros de Instagram. Hay mujeres de todo tipo, y no hay tipos correctos y tipos incorrectos. Otra obviedad.

Resumiendo, que esto es muy gordo: lo que hay que alimentar bien es el cerebro. Solo así evitaremos tragarnos esos mensajes basura que nos quieren comer el coco y, sobre todo, la autoestima.

Que no nos engañen: lo importante es la cordura, con c.

pd: dejadnos comer en paz.


 

 

 

 

 

martes, 21 de septiembre de 2021

ESTOY BIEN, GRACIAS

 

Estás triste porque has tenido un desengaño amoroso o una decepción profunda con alguien cercano, pero eliges decir “Estoy bien, gracias”. Si pierdes a alguien querido, por la razón que sea, duele. Sea porque ha muerto, o porque ha decidido salir de tu vida o por una ruptura sentimental, separarse de alguien próximo hace daño. O porque te has quedado sin trabajo, o porque, tras un proceso de selección largo y lento, el puesto se lo han dado a otro. También eso duele. Pero dices de nuevo “Estoy bien, gracias”.

Y es que no está bien visto estar triste, hay que estar contento y feliz. O al menos, parecerlo, para no entorpecer la felicidad impostada del resto de la humanidad, la de Instagram no, la otra. Y si no lo estás, debes aparentarlo. Solo así evitarás oír chorradas como “Tienes que animarte”, o, simplemente, “Ánimo”, la palabra más inútil jamás pronunciada cuando se usa con la intención de animar a alguien. 

Esas son las frases supuestamente amables que dice la gente cuando ve a alguien triste. En lugar de dejarlo en paz. Luego, están las otras, las frases basura de categoría superior, como “Los antidepresivos van muy bien”. Aquí ya nos topamos con los que confunden estar triste con tener depresión, que deben ser los mismos que confunden ser simpático con ser buena persona. Solo tengo una cosa que decir a todos esos intolerantes a la tristeza: ánimo.

Otra gente recomienda hacer yoga (comodín, porque al parecer va bien para todo). A ver, debo admitir que tienen razón los que dicen que va muy bien para dormir. Tanto es así que yo me quedé dormida en clase el primer día (y último) que fui. Luego están las flores de Bach, la meditación (otro comodín) o tomar vitaminas: “Deberías probar algún suplemento vitamínico.” Sobre estos no he llegado a ninguna conclusión clara, aún. Y otros malvados que aconsejan leer libros de autoayuda. Y digo malvados, porque de ahí no se sale. Se ve que con leer uno no basta, y hay que leer uno tras otro. Que digo yo: ¿no sería mejor que hubiera uno bueno y que fuera el mismo para todo el mundo?. Uno que funcionara, claro. Que se leyera una vez y problemas fuera. Pues no, se ve que no es posible. Conozco gente con un carácter de mier** que lee libros de autoayuda a decenas. O a lo mejor, es que se les ha puesto un carácter de mier** al ver que leer libros de autoayuda a decenas no sirve para nada. Que también podría ser.

Y en la categoría premium, están los que recomiendan leer a Rafael Santandreu. Que se deprimieron al leerlo, y ahora quieren que nos deprimamos todos los demás. Pues eso, malvados. Recordad, eso sí, que sólo os deprimiréis si os esforzáis mucho, que la fama cuesta, pero deprimirse también.

Y que yo estoy bien, gracias.

domingo, 25 de julio de 2021

MICRORRELATO

 

Érase una vez una chica sensible a la que algunas situaciones la afectaban demasiado, según la mayoría de sus amigos. Por ejemplo, si un buen amigo le cancelaba los planes una y otra vez durante meses, ella se sentía herida. Cuando compartía su malestar con alguien cercano, siempre le decían “Tienes que pasar”.

Si, por ejemplo, un compañero del trabajo al que apreciaba le contestaba mal, también se disgustaba, y también obtenía la misma respuesta cuando lo explicaba a alguna amiga de su confianza: “Pasa. Tienes que pasar más”.

Fueron tantas las ocasiones en las que oyó el mismo consejo, que decidió tomar medidas, así que invirtió en psicoterapia y en libros durante mucho tiempo para aprender a protegerse y ser más impermeable.

Ahora, años más tarde, lo que le dicen más a menudo es "Claro, es que tú pasas de todo".

La moraleja es una urbanización muy pija que hay en Madrid.

 

martes, 23 de marzo de 2021

LO DE ROCÍO CARRASCO

Dos días después, muchos siguen de resaca emocional, que es lo que ha desencadenado el regreso televisivo de Rocío Carrasco tras veinte (no veinticinco) años apartada del ojo público. El título ya prometía: “Rocío Carrasco: contar la verdad para seguir viva”. El drama estaba asegurado. 

Sin duda, fue un testimonio, en apariencia, desgarrador: ella hecha un mar de lágrimas, con respiración entrecortada, hablando de lo mucho que ha sufrido por haber perdido a sus hijos y, sobre todo, poniendo el foco en lo malo que es su exmarido y  padre de sus hijos, al que acusó de malos tratos. Este podría ser el resumen, a grandes rasgos.

Su testimonio despertó, y sigue despertando, un tsunami de empatía, solidaridad, comprensión y sentimiento de culpa, todo a la vez. Es difícil ordenar, mejor dicho, reordenar, las emociones ante un caso como este. Rocío Carrasco reapareció en un documental, docuserie lo llaman ahora, producido por la misma productora que durante 20 años nos ha hecho creer que ella era una “mala madre”. De hecho, lo hicieron con tal ahínco, que Rocío Carrasco se convirtió en algo así como la “mala madre oficial de España”. Y no solo eso, sino que es la misma productora para la que trabajaba su exmarido hasta la semana pasada, el presunto maltratador, al que han despedido tras la emisión de esos dos capítulos en los que ella lo acusa directamente.

Ahora, esa productora quiere que escuchemos la otra versión, la de ella, la presunta víctima que nos habían vendido como villana durante veinte años, para hacernos creer justo lo contrario. Y mucha gente se ha subido a ese carro, de ahí el sentimiento de culpa al que hacía referencia anteriormente.

Dejando de lado si me impactó o no su testimonio, que es del todo irrelevante, no puedo evitar hacerme un sinfín de preguntas. ¿Debemos creernos su testimonio solo porque parece una mujer psicológicamente destrozada? Y, de hecho, no es tan irrelevante si me impactó o no. Porque me pregunto si a lo mejor no me llegó precisamente porque tengo prejuicios contra ella, porque lo que nos han contado de ella durante veinte años quizás ha hecho mella en mí. O quizás no. ¿Cómo saberlo?

Dice que ha estado callada todo este tiempo para proteger a sus hijos, pero entonces ahora ¿ya no le preocupa su bienestar? ¿Ya no le importa la posible desestabilización que les puede provocar su testimonio, acusando al padre que los ha criado de maltratador y de ser un "ser diabólico"?

Su exmarido nunca fue condenado por malos tratos. ¿Debemos ignorar ese hecho solo porque ella parece, o mejor dicho, aparece como víctima de esos presuntos malos tratos? ¿Porque nos cuenta que lleva años en tratamiento psicológico? ¿O para que no nos acusen de falta de empatía?

Sin duda, esta reaparición va a generar contenido televisivo para años, lo que beneficia claramente a la productora de la docuserie, que produce también “Sálvame”, su programa estrella, con 5 horas de emisión diaria al que hay que alimentar, y que estaba viendo, por cierto, cómo se agotaba el filón Pantoja y que había que entretener a las masas con nuevo (o viejo, según se mire) material. Porque lo que se viene ahora son las réplicas infinitas al testimonio de Rocío Carrasco: la de su hija, la de su ex, la de sus tíos, primos y allegados mil. Porque ese es su negocio, al fin y al cabo. El de todos.

Yo no estoy a favor de ninguno de los dos, y tampoco en su contra. Sí que me niego a aceptar eso de que “cada uno cuenta su verdad”, porque LA verdad es solo una, y me temo que esa nunca la sabremos. 

Ah, y un último apunte: Sálvame es un programa de entretenimiento, no un informativo. No sé si me explico.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 11 de febrero de 2021

EUFEMISMOS CERO

  

Vivimos tiempos de eufemismos. No sé si se trata de hacernos sentir idiotas (más, si cabe, de lo que ya nos sentimos) o de hacernos sentir especiales (que saben que nos encanta). Un ejemplo de lo primero es que nos hablen de “precariedad laboral” o "reajustes de plantilla" cuando lo que quieren decir en realidad es “sueldos de mierda y despidos rápidos y fáciles a discreción”. Un ejemplo de lo segundo es que ya no se habla de personas “pobres”, sino de “personas en riesgo de exclusión social” o "vulnerables".

Otro ejemplo de que nos tratan como a borregos es cuando hablan de “desaceleración económica”, pudiendo decir “recesión”. O “crecimiento negativo”, lo cual es un oxímoron en sí mismo. O “tolerancia cero”.  A ver, si hay cero tolerancia, es que no la hay. En ese caso, pues, habría que hablar de intolerancia, una palabra defenestrada por ser considerada “de derechas”. No está bien visto ser intolerante, ahora hay que ser tolerante cero. Cero, sí, como la cerveza. Rubia, pero sin sustancia, como buena rubia. La cerveza, digo. Con excepciones, claro, porque la última moda son las intolerancias alimenticias: al gluten, a la lactosa, a la fructosa y a un sinfín de cosas más. Ahí no os importa ser intolerantes. Es más, os encanta “uy, no, no puedo comer …. porque soy intolerante al …..”.

O a lo mejor solo se trata de dar rodeos y rellenar discursos vacíos con expresiones más vacías aún, para que parezca que se dice algo con fundamento cuando en realidad no se está diciendo nada. Los políticos están en el nivel premium de esa categoría, como los que se ponen medallas al afirmar que van a “respetar el resultado electoral” como si eso aportara algún valor añadido, un plus democrático o algo así.

Otro ejemplo de lo absurdo de los eufemismos es cuando hablan de “persona racializada” para no decir su raza cuando no es blanca. Al parecer, no es políticamente correcto decir que es negra. Y ahora tampoco se puede decir de alguien que está “gordo” que lo está, aunque lo esté. Ahora hay que decir que tiene un cuerpo “no normativo”. Que para engordar el discurso no hay problema.

Lo de los padres con sus hijos es un mundo aparte: los padres de ahora ya no tienen hijos insoportables ni maleducados. Cuando sus hijos patalean y/o tienen una rabieta es porque “se sienten frustrados y canalizan su frustración”. Si el crío es desobediente, dirán “es que mi hijo tiene mucha personalidad y sabe lo que quiere”. Críos con 4 años. Por suerte, al menos, todos son listísimos. Eso sí. ¿O acaso conocéis algún padre que diga “tengo un hijo tonto”? Pues niños tontos los hay desde siempre, así que no sé, pensadlo un poco. Dadle una vuelta.

Pero no deis más rodeos, haced el favor, que se me está empezando a saturar la capacidad de asimilación de gilipolleces.

miércoles, 6 de enero de 2021

OTOÑO

Bendito verano,

que llenas todo de calor y de luz,

de sonrisas y canciones,

desplegando tus velas sin miedo.


Sin miedo al cambio de marea

Valiente guerrero, a pecho descubierto

Sin escudo ni armadura

Creyó que su tiempo era infinito.


Pobre ingenuo.


El verano se apagó,

bajó su telón y fundido a negro

Y sólo queda silencio y oscuridad

Ni aplausos, ni bises.


Maldito otoño, que llegas sin remedio

No eres bienvenido.

Tiempo de volver al caparazón

del que nunca debió salir


Aquel pobre guerrero.