Dos días después, muchos
siguen de resaca emocional, que es lo que ha desencadenado el
regreso televisivo de Rocío Carrasco tras veinte (no veinticinco) años apartada
del ojo público. El título ya prometía: “Rocío Carrasco: contar la verdad para
seguir viva”. El drama estaba asegurado.
Sin
duda, fue un testimonio, en apariencia, desgarrador: ella hecha un mar de
lágrimas, con respiración entrecortada, hablando de lo mucho que ha sufrido por
haber perdido a sus hijos y, sobre todo, poniendo el foco en lo malo que es su
exmarido y padre de sus hijos, al que
acusó de malos tratos. Este podría ser el resumen, a grandes rasgos.
Su
testimonio despertó, y sigue despertando, un tsunami de empatía, solidaridad,
comprensión y sentimiento de culpa, todo a la vez. Es difícil ordenar, mejor
dicho, reordenar, las emociones ante un caso como este. Rocío Carrasco
reapareció en un documental, docuserie lo llaman ahora, producido por la misma
productora que durante 20 años nos ha hecho creer que ella era una “mala
madre”. De hecho, lo hicieron con tal ahínco, que Rocío Carrasco se convirtió
en algo así como la “mala madre oficial de España”. Y no solo eso, sino que es
la misma productora para la que trabajaba su exmarido hasta la semana pasada, el presunto maltratador,
al que han despedido tras la emisión de esos dos capítulos en los que ella lo
acusa directamente.
Ahora,
esa productora quiere que escuchemos la otra versión, la de ella, la presunta
víctima que nos habían vendido como villana durante veinte años, para hacernos creer justo lo
contrario. Y mucha gente
se ha subido a ese carro, de ahí el sentimiento de culpa al que hacía referencia
anteriormente.
Dejando
de lado si me impactó o no su testimonio, que es del todo irrelevante, no puedo
evitar hacerme un sinfín de preguntas. ¿Debemos creernos su testimonio solo
porque parece una mujer psicológicamente destrozada? Y, de hecho, no es tan
irrelevante si me impactó o no. Porque me pregunto si a lo mejor no me llegó
precisamente porque tengo prejuicios contra ella, porque lo que nos han contado
de ella durante veinte años quizás ha hecho mella en mí. O quizás no. ¿Cómo
saberlo?
Dice que ha estado callada todo este tiempo para proteger a sus hijos, pero entonces ahora ¿ya no le preocupa su bienestar? ¿Ya no le importa la posible desestabilización que les puede provocar su testimonio, acusando al padre que los ha criado de maltratador y de ser un "ser diabólico"?
Su
exmarido nunca fue condenado por malos tratos. ¿Debemos ignorar ese hecho solo porque
ella parece, o mejor dicho, aparece como víctima de esos presuntos malos tratos? ¿Porque
nos cuenta que lleva años en tratamiento psicológico? ¿O para que no nos acusen
de falta de empatía?
Sin
duda, esta reaparición va a generar contenido televisivo para años, lo que
beneficia claramente a la productora de la docuserie, que produce también “Sálvame”, su programa estrella, con 5 horas de emisión diaria al que hay que alimentar, y que estaba viendo, por cierto, cómo se agotaba el filón
Pantoja y que había que entretener a las masas con nuevo (o viejo, según se mire)
material. Porque lo que se viene ahora son las réplicas infinitas al testimonio de Rocío
Carrasco: la de su hija, la de su ex, la de sus tíos, primos y allegados mil. Porque ese es su negocio, al fin y al cabo. El de todos.
Yo
no estoy a favor de ninguno de los dos, y tampoco en su contra. Sí que me niego
a aceptar eso de que “cada uno cuenta su verdad”, porque LA verdad es solo una,
y me temo que esa nunca la sabremos.
Ah,
y un último apunte: Sálvame es un programa de entretenimiento, no un
informativo. No sé si me explico.