Ha sido un verano feliz porque ha
estado lleno de días felices.
He logrado cumplir con lo que me
había propuesto: dormir la siesta casi todos los días. Algunas veces, en la
playa, bajo la sombrilla, mecida por el arrullo de las olas. Otras, en mi cama
o en el sofá, pero igual de felices, pese al calor sofocante de la ciudad. Ese
calor que sólo podíamos vencer dejándonos vencer por él. Bendita siesta.
Me escapé a Mallorca y también
allí fui feliz. El primer día tuvimos la suerte de desayunar en un pueblo pequeño
y tranquilo, de esos con calles empedradas, buganvillas en los balcones y vecinos
que charlaban mientras compartían el desayuno. El café era delicioso y la
ensaimada -la primera de muchas- insuperable. El calor era especialmente abrasador
ese día, pero ¿y qué? Bendito verano.
La playa del hotel era preciosa y
la habitación tenía vistas al mar. Elegimos bien los restaurantes y comimos de
maravilla: tomates con sabor a huerta y pescado con sabor a mar. Por no hablar
del desayuno del hotel, que era exquisito. Y todas las playas en las que me
bañé eran de aguas cristalinas. Descubrí azules que no sabía que existían. Fueron
pocos días, pero bien aprovechados, así que volví con la piel tostada y el alma
llena.
También he leído libros que tenía
pendientes y he visto pelis que me esperaban desde hacía tiempo. He compartido
tiempo con personas queridas, que también querían pasar tiempo conmigo. Qué
suerte la mía.
Hoy es mi último día de
vacaciones y mañana vuelvo al trabajo. Y, aunque ahora se me hace cuesta arriba
pensar en todos los meses que faltan hasta el próximo verano, sé que también
vendrán días felices. Días de retomar rutinas y poner el despertador. Y es que el
orden me sienta bien. Bendito septiembre.