Vaya por delante que no solo no
tengo nada en contra de Paula Vázquez, sino que me parece una buena presentadora y además me cae simpática, aun sin conocerla personalmente.
Dicho esto, me gustaría
comentar la reciente polémica en la que se ha visto envuelta. Aunque, en realidad, no es muy diferente de las
anteriores: en su última aparición pública su evidente transformación física
fue lo que más llamó la atención, lo que más comentarios suscitó y, por lo
tanto, lo que causó su indignación.
Según ella, solo se habla de su
físico, de si se ha operado esto o aquello, pero nunca se habla de ella como
profesional. Y no le falta razón. Aunque a decir verdad, sí que se ha operado
de esto, de aquello y de lo de más allá: pecho, nariz y pómulos, además de
botox a discreción y varios cambios de dentadura. De lo que se podría deducir
que la primera que pone el foco en su físico es ella. Y lo entiendo, pues vive
de su imagen y ha aceptado las reglas del juego: esas que dicen que para
trabajar en la tv hay que ser joven y guapa, delgada pero con tetas grandes y
no tener reparos en enseñar carne.
A mí me parece estupendo que se
opere de lo que le dé la gana, solo faltaría. Sobre todo, si ella considera que
es para mejorar, lo cual es opinable a estas alturas de la película, pues ya no
la reconocen ni en su casa. Lo que no me parece tan bien es que se queje de los
comentarios sobre su físico. Le parecen
machistas y sexistas. Y ciertamente lo son, pero la primera que se exhibe como sex-symbol
es ella, así que agradeceríamos que en su próxima operación le redujeran un
poco la susceptibilidad y le aumentaran la coherencia.
Por no hablar de su publicación
del 14 de febrero en Instagram, que no hizo más que completar mi estupefacción.
Decía así: “Si mando un par de
pantallazos dejo a más de uno sin 14 de febrero”. No hace falta saber leer
entre líneas para entender lo que quiere decir.
Pues eso Paula, que no somos
rubios.
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