Ya están aquí las rebajas: todos a comprar. Tras un mes de preparativos, compras y consumo desbocado, empachos y regalos, hay que seguir comprando a discreción. ¡Que no decaiga el consumismo!
Hay
que gastar, comprar y consumir como si no hubiera mañana, a lo loco y, sobre
todo, sin pensar. No vaya a ser que, si pensamos un poco lo que estamos
haciendo, dejemos de comprar y, ojo, eso sí que no nos lo podemos permitir.
Cada
vez me gusta menos comprar y, de hecho, cada vez lo hago menos. Antes me dejaba
seducir por los cantos de sirena del consumismo, yo también caí, claro, hasta
que me di cuenta de que era una trampa. Fue un proceso, no fue de un día para
otro: cuando me fijaba en un bolso o en unos zapatos, y sentía el impulso
irrefrenable de comprarlos, me decía a mí misma “Si no se te va de la cabeza en
una semana, te lo compras”. Y se me iba casi siempre. Ahí es donde detecté la
impulsividad del consumismo. O compulsividad, mejor dicho. Ese poder de “lo
quiero, lo puedo tener, lo tengo” era difícil de resistir, pero era una
recompensa inmediata y superficial y, sobre todo, efímera. No me hacía feliz
comprarme ese bolso ni esos zapatos. La satisfacción me duraba 5’ y enseguida estaba pensando
en comprar otra vez.. He ahí la trampa.
Cada
compra es el eslabón de una cadena infinita, así que la única solución es
romper la cadena. Es como la adicción al tabaco. Fumamos por ansia, no por
necesidad. Lo mismo pasa con el consumismo. Ni el cigarrillo ni las compras
rellenan ningún vacío, sino que lo crean y, además, alimentan la cadena. Cuanto
más compramos, más queremos comprar, con lo que queda demostrado que no se
trata de cubrir una necesidad (o varias).
Consumir
no sólo no nos hace más poderosos ni más felices, sino que nos esclaviza. Vacía
nuestros bolsillos y, lo que es peor, nuestra autoestima. Gastamos por encima
de nuestras posibilidades, para comprar cosas que no necesitamos y nos
olvidamos de que la felicidad no consiste en poseer, sino en ser y en sentir, y
eso no se compra en ninguna tienda.
No
nos confundamos: si se llama consumismo es porque lo que hace, precisamente, es
consumirnos.
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