Me
llamo Bond. James Bond.
Qué
fácil debe resultar presentarse cuando todo el mundo sabe quién eres y a qué te
dedicas en 007. Y, en este caso, hasta cuál es tu bebida favorita y qué coche
tienes.
Cuando nos presentan a alguien, es
habitual que esa persona nos pregunte a qué nos dedicamos. Seguramente, porque
nos quiere dar la turra hablando de su trabajo. Una pregunta que no me gusta que
me hagan y que, por lo tanto, no hago. Una vez escuché a alguien decir en
medio de una presentación de grupo “Trabajo de secretaria” y, tras una
breve pausa, añadió “pero no soy secretaria”.
¿Qué nos evoca la palabra “secretaria”?
Seguramente una mujer más bien seria, eficiente, con vocación de servicio,
organizada y metódica. ¡Si hasta James Bond tenía una! Luego descubrí que,
además de no ser secretaria, tenía una gran vis cómica y se le daban muy bien
las imitaciones y los acentos, por no hablar de su facilidad con los idiomas y
los juegos de palabras. Así que me parece comprensible que alguien tan versátil
sienta que la etiqueta de “secretaria” le aprieta demasiado.
Estamos habituados a referirnos a las
personas por su profesión: “Fulanito es electricista”, “Menganito es contable”.
Poner etiquetas nos ahorra tiempo, el tiempo que implica conocer a alguien de
verdad. Si alguien afirma que Michael Jordan ha sido el mejor jugador de
baloncesto de la historia o que Amancio Ortega es el mejor empresario de
España, seguramente estaremos todos de acuerdo, pero, ¿qué pensarán ellos? ¿Se
sentirían cómodos con tales definiciones? Al fin y al cabo, se refieren solo a
su faceta profesional.
No soy partidaria de esa manía nuestra
tan extendida de etiquetarnos, unos a otros, como si formáramos parte de una
clasificación infinita, en función de nuestro trabajo, como si fuera algo
inmutable que nos ata para siempre. La única clasificación que debería importar es la que distingue a las buenas personas de las malas. Por cierto, a lo de etiquetar ahora lo llaman branding.
Al parecer, en inglés todo suena mejor. Yo, es que soy una hater de los
anglicismos.
La mayoría de los trabajos no mejoran el
mundo ni a nosotros mismos. La mayoría de los trabajos son anodinos. Mi trabajo
no define quién soy ni qué siento. Mi trabajo no alimenta mi corazón ni mi
alma.
Nuestro trabajo es vivir, y eso pasa por
ser, sentir y compartir.
Pd: ni siquiera alguien con un trabajo
tan molón como James Bond entregaba su vida al trabajo.