domingo, 25 de octubre de 2015

¡QUÉ BIEN ME SUENA TU CARA!

A pesar de cambiar su día de emisión, o quizás gracias a ese cambio, TU CARA ME SUENA se ha confirmado como uno de los programas estrella de la temporada. Finalmente, Antena 3 ha apostado fuerte para plantar cara al hasta ahora intocable Sálvame Deluxe, rey indiscutible de los viernes noche. Hasta la fecha. Les ha costado encontrar un formato con el que salir vencedores, pero más vale tarde que nunca.

Ahí va mi teoría sobre la clave de su éxito:

Por un lado, está el hartazgo del más de lo mismo que nos ofrece Sálvame Deluxe: peleas, gritos, personajillos sin oficio ni beneficio y culebrones domésticos que se sacan de la manga cuando no tienen otro contenido. Ni siquiera Jorge Javier Vázquez, capitán del barco y presentador solvente donde los haya, es capaz de dotar al programa de un mínimo de buen gusto. 

Por otro lado, está un formato que combina con maestría tres elementos que dan como resultado un cóctel irresistible: música, humor y talento. Para empezar, voces que cantan en directo, ya de por sí algo poco habitual en nuestra televisión. Personajes que además conocemos y que se juegan el tipo en cada gala. Bravo por su valentía al ponerse en la piel de cantantes consagrados, míticos incluso, y dejarnos boquiabiertos de admiración la mayoría de las veces. Bravo también por su talento y por su esfuerzo.

¿Quién nos iba a decir que un formato tan blanco, familiar y cargado de buena energía nos iba a arrastrar a millones de espectadores a desear que fuera viernes sólo para verlo?

Estamos frente a un espectáculo televisivo de altísimo nivel, tanto técnico como artístico. El presentador hace su papel, siempre correcto y con buen humor. No se me ocurre a nadie mejor que Manel Fuentes para presentarlo. En cuanto a los miembros del jurado, los hay mejores y peores. Llàcer me parece un animal televisivo que se ha convertido, muy merecidamente, en imprescindible para el programa. Tanto como Carlos Latre y sus majestuosas imitaciones, siempre tan oportunas. En cuanto a los concursantes, siempre hay alguno que destaca muy por encima, como ha pasado en ediciones anteriores con Roko o Edurne, pero el nivel general es siempre alto. Resultados aparte, su entrega y generosidad están fuera de toda duda. Enhorabuena desde aquí a todo el equipo. Mención especial para el equipo de maquillaje y caracterización. Me quedo corta si digo que su trabajo me parece extraordinario.

Como amante de la televisión, me alegro enormemente del éxito de TCMS, no sólo porque soy una fiel seguidora, incluso entusiasta, del programa, sino porque además demuestra que sí se puede. Otra televisión es posible. Que la mejor arma contra el mal gusto es el buen humor. Que no hay mejor antídoto contra los gritos que la música. Y que en un duelo directo entre vulgaridad y talento, el talento sale vencedor.

Gracias desde aquí por regalarnos el mayor y mejor espectáculo de la televisión actual.



domingo, 30 de agosto de 2015

ARA ÉS L'HORA


Vinc de llegir unes declaracions al facebook en què el periodista Joaquim Maria Puyal diu (cito textualment) : “Als catalans ens falta orgull. Ens fa vergonya parlar català pel món”. Podria ser un lapsus, o que ho hagi llegit malament, però no. I a continuació he trobat desenes de comentaris donant-li la raó.

A mi em sembla una obvietat, però sembla que alguns no ho tenen clar encara: el món no parla català. El català es parla a Catalunya. Igual que el suec a Suècia, o el japonès al Japó. Quan els suecs surten de Suècia, parlen anglès, com és lògic. I sense cap trauma, per cert. El mateix passa amb els danesos, grecs, xinesos, etc. Per això existeix la diversitat d’idiomes, per poder-nos comunicar, que d’això es tracta.

Jo parlo català dins del meu entorn familiar, però parlo amb la mateixa fluïdesa el castellà i l’anglès. I no menystinc cap de les dues. El català és la meva llengua materna i en la que m’expresso millor, però seria absurd aspirar a parlar català sempre, amb tothom i a tot arreu. Parlo castellà quan la situació ho requereix, però això no em fa sentir culpable ni sento que estigui traint el català. Ni molt menys vol dir que m’avergonyeixi de parlar català.

Ser políglota és un valor en si mateix, però parlar català no és millor que parlar castellà ni qualsevol altra llengua. I el llenguatge es va inventar per comunicar i comunicar-se. També és un valor ser flexible i tenir capacitat d’adaptació, així que si hem de canviar d’idioma per fer-nos entendre, no veig on és el problema. De fet, com que els catalans som bilingües, tenim més facilitat per aprendre altres llengües. I ara sembla que, en lloc de jugar-nos a favor, ens juga en contra perquè hem de parlar català a tot arreu i amb tothom.

Doncs no. Jo ja n’estic tipa que em diguin què he de fer  o quina llengua he de parlar per ser una catalana “com cal”. M’agrada molt el pa amb tomàquet, sí. Però també m’agrada molt el pernil ibèric. I els croissants, i els ous amb bacon, i els espaguetis.

Als catalans ens agrada molt dir que tenim seny, que és una de les nostres senyes d’identitat.  Que som gent de bé, pacífics i amb sentit comú. Crec que ja va sent hora que mirem més enllà de nosaltres mateixos, que allà fora hi ha un món ple de possibilitats.

Ara és l’hora, sí: l’hora de recuperar el seny que sembla que hem perdut.



jueves, 23 de julio de 2015

DOMINGO DE PLAYA

Esta mañana me he levantado con ganas de disfrutar del domingo. Hacía mucho sol y me apetecía relajarme, notar el sol y la brisa en mi piel. Dejar la mente en blanco y, simplemente, disfrutar de la playa.

He ido pronto para encontrar un buen hueco. Los que vais a la playa en domingo sabéis de qué hablo. Misión cumplida. Me he puesto crema y me he tumbado. Todo ha ido bien. Durante 10 minutos. Hasta el primer bocata de chorizo del día. Hay que ver qué cosa tan refrescante: 40 grados a la sombra, que sudan hasta las sombrillas, y ¿qué mejor para sofocar el calor? Pues un bocata caliente, que no a la plancha, con el pan hecho chicle y relleno de chorizo. Y no un chorizo cualquiera, no. Pamplonica, ése que impregna hasta las paredes de la nevera.

Encima, cuando he visto al tío que se lo comía….a ver, yo no sé si hay unas playas para guapos y otras para feos, pero no sé cómo lo hago, pero siempre voy a parar a las de feos. Y gordos. Sí, ya sé que es difícil tener glamour en la playa, tampoco se trata de ir con las perlas (un beso a Carmen Lomana desde aquí), pero hay unos mínimos. Debería haberlos, me refiero. No digo de poner un RESERVADO EL DERECHO DE ADMISIÓN, aunque ahora que lo pienso, …¿por qué no? Los feos con los feos y los guapos con los guapos. Selección natural, creo que se llama.

El gordo del bocata no iba solo. Iba con su mujer y sus dos hijos: el Dylan y la Yanira, que no sé ni cómo se escribe. Todos, de tamaño XXL. Como el bocata. Pues nada, he decidido darme la vuelta para ahorrarme las vistas. Cuando estaba a punto de dormirme, me ha llovido un pelotazo. “Perdone, señora” y todo lo que queráis, pero el pelotazo ya me lo he llevado. Aunque en realidad, no sé qué me ha dolido más: si el pelotazo o lo de SEÑORA. Y por si eso fuera poco, al levantar la vista para ver de dónde me ha venido, me he encontrado unos pies a un palmo de mi cara. ¡A un  palmo! Vamos, que le podía haber quitado las durezas sin moverme del sitio.   

Pero ahí no acaba todo. A mi derecha tenía una señora con un niño, el Jonathan (pronúnciese Yónatan), que al parecer, hoy ha venido a la playa con una misión clara: echarme arena encima. Las dos primeras veces no he dicho nada, porque claro “es un niño” , “hay que tener paciencia” y otras chorradas por el estilo. Pero la tercera vez no me he callado. Le he dicho que por favor tuviera cuidado, que me estaba echando arena todo el rato. Ojo a la respuesta de la señora. “Si no quieres que te echen arena, no vengas a la playa.”
Ahora resulta que los que vamos a la playa, vamos a que nos echen arena. Primera noticia, oiga.

En ese momento, he decidido refrescarme. Estaba muy acalorada (en todos los sentidos, además) y el agua estaba fría, por lo que me metía despacio, como hacen las abuelas. Yo a mi ritmo, pasito a pasito, …hasta que ha venido el Jonathan corriendo a tirarse en bomba a mi lado. Me ha ahorrado el baño, claro. El activo, digo. Me ha mojado de arriba abajo. Qué mono, el Jonathan. “Pues nada, ahora que ya estoy refrescada, ya puedo volver a mi sitio”, me he dicho. 

Llego a mi sitio, no sin antes esquivar los mil y un obstáculos que me he encontrado por el camino y sin poder dar dos pasos en línea recta …porque además, otra cosa, la gente ¿cómo pone las toallas? Sin orden ni concierto, de cualquier manera. Sin lógica ninguna. Si vais 3, lo normal es que las pongáis en paralelo, una junto a la otra. Que quede una cosa ordenada, ¿no? Pues no. Uno horizontal, el otro vertical y el otro en diagonal. ¡Olé,olé!
Y esta gente, ¡luego vota! Claro, no saben lo que es derecha o izquierda, y así votan, también.

Ya he llegado a mi sitio, refrescada, me tumbo otra vez. Y ahora me invade otro aroma, esta vez de otro estilo, pero igual de potente o más….¡se están fumando un porro! Da igual que no esté cerca. Es como el chorizo: impregna toda la playa. Todo mi radio de acción, al menos.
Pero claro, he pensado que mejor no decir nada que a ver si me tengo que oír “Oye, si no te gustan los porros, ¡no vayas a la playa!”.

Pues no es por dar ideas, pero si se presenta un político que quiera privatizar las playas, en el sentido de clasificarlas, por lo menos un voto lo tendría. Y ojo, que no digo que los feos, gordos y porretas no tengan derecho a ir a la playa. Sólo digo que se mezclen entre ellos. Igual que los que comen chorizo o falafel, que se impregnen los unos a los otros. ¿Verdad que hay playas para nudistas? No es tan descabellado. Sólo se trata de ampliar el espectro.

Y hoy, la verdad, podría haber sido aún peor. Como no hacía viento, me he ahorrado uno de los fenómenos más relajantes de la playa: el ataque de las sombrillas voladoras.

45’ es lo que he durado. Porque, claro, he pensado “a ver si de tan, tan relajada voy a entrar en trance y luego no voy a poder salir.”







martes, 16 de junio de 2015

MALDITA MODERNIDAD


En los 80 pensábamos que lo mejor estaba por llegar. Que con el año 2000 y el cambio de siglo nos convertiríamos en modernos, así como por arte de magia, que conviviríamos con robots, que el nuevo siglo nos traería nuevas tecnologías. Que el futuro nos haría más felices. Y nos creímos esa fantasía.

En el año 2015 puedo afirmar dos cosas: que prefería los 80 y que maldigo la modernidad.

Somos tan modernos, que ya no escribimos a mano. Ya no enviamos cartas ni postales. Y como cuando hemos de escribir algo, nos lo escribe un tercero, llámese teléfono móvil u ordenador, hemos descuidado la ortografía de una manera sangrante. Y la gramática. Escribimos poco y mal. Pero qué modernos somos, oiga.

De tan modernos, nos hemos pasado de largo. Salimos a trabajar para poder pagar una canguro que se ocupe de nuestros hijos. Lo comido por lo servido. Pero claro, no hay que quedarse en casa a cuidar de los hijos, que eso no es moderno. Y, claro, con lo poco que los vemos, ¡cómo los vamos a castigar!. Les decimos que sí a todo, que es más fácil y cansa menos. Y luego, cuando en el cole nos digan que nuestro hijo no acepta un no, iremos a quejarnos y a pedir explicaciones. Y que no se pongan chulos,¿eh?  que algunos denuncian por menos.

Somos tan modernos que los niños de ahora nos salen hiperactivos. O con déficit de atención. O con las dos cosas: trastorno de déficit de atención con hiperactividad. Ya es una patología. O violentos. O todo junto. Les cuesta poner atención, en teoría. Aunque yo los veo más como víctimas de un déficit de atención ajena. Qué difícil recibir atención de padres ausentes. Pero modernos, eso sí.

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que utilizábamos el verbo “desconectar” en sentido figurado. La modernidad nos ha impuesto estar conectados el máximo de tiempo posible. Pero no entre nosotros, no. Conectados a máquinas, ordenadores, tablets, teléfonos móviles. Nos relacionamos entre nosotros de manera virtual, a través de dispositivos con Internet. Internet imprescindible, eso sí. Porque hemos de poder publicar en las redes todas nuestras actividades. Ésas cuyo conocimiento es de vital importancia para nuestros amigos y conocidos: que he ido a correr y he mejorado mi marca, que estoy en el AVE, que cumplo 3 meses con mi novio, que he desayunado yogur con muesli. Y así, hasta el infinito.

Aunque pueda parecer una paradoja, estar conectado es el estado máximo de desconexión.  Nos aleja del mundo real, de personas reales, de momentos reales. Nos encerramos en nosotros mismos y cada vez estamos más aislados, a pesar de estar permanentemente conectados. Esa conexión es ficticia y maligna. Y crea dependencia. Otra patología de la modernidad.  

Claro que Internet es un gran invento, eso es indiscutible. Ese acceso inmediato a todo tipo de información no tiene precio. Pero el consumismo compulsivo y absurdo ha llegado también a Internet.

Me preocupa que esta nueva forma de relacionarnos sea incluso más nociva de lo que parece. Es difícil nadar contra corriente, pero hay que intentarlo. Porque en 30 años nos hemos cargado un modelo de vida, de familia, de educación y, lo que es peor, nos estamos cargando el sentido común.

Los que creíamos que la esclavitud había sido abolida estábamos equivocados. Ahora somos esclavos de nuestra frivolidad, nuestro exhibicionismo y nuestra sinrazón. Muy modernos, eso sí. Pero esclavos, al fin y al cabo.

Maldita modernidad.

jueves, 11 de junio de 2015

CON PRISA PERO SIN PAUSA

Gente que corre de aquí para allá. Todos tienen prisa: unos, porque se les escapa el autobús. Otros, porque llegan tarde al trabajo. Y la gran mayoría, que corre sin saber por qué.

Hay que tener prisa, que no está bien visto ir despacio por la vida. Hay que ser hiperactivo, tener stress, ansiedad y otros inventos post-modernos que nos roben la paz. Lo peor del caso es que, por mucho que nos apresuremos para no perder tiempo (se supone que la intención es exprimirlo al máximo), hay una sensación generalizada de “No puedo llegar a todo”. El absurdo total.   

Está bien aprovechar el tiempo. Pero también perderlo, cuando convenga. El tiempo en sí no es un valor. Lo importante es cómo se utiliza. He ahí el problema: no hacemos un uso racional del tiempo que tenemos. Si el día tiene 24 horas, trabajamos 8 y dormimos otras 8, aún nos quedan ocho horas libres. Cada día. Pero vivimos instalados en la cultura de la prisa. “Te tenía que llamar, pero no he tenido tiempo”. “Hoy no he comido porque no he tenido tiempo.” “Me gustaría tomarme unas vacaciones, pero no tengo tiempo.”

El concepto NO TENER TIEMPO es otro maldito invento moderno que nos hace sentir frustrados. Y culpables. Que de eso se trata. Y como no tengo tiempo de nada, voy a ir más deprisa para ganar más tiempo al tiempo. ¿Y dónde va el tiempo que ahorramos? Me pregunto. En la era del reciclaje, no somos capaces de reutilizarlo de manera inteligente. Seguimos corriendo de aquí para allá, para no llegar a ningún lado. Eso sí, no hay que parar. Hay que producir, ser multitarea, hacer varias cosas a la vez, que no hay tiempo que perder. Mandamos mensajes escritos, o incluso comemos, mientras caminamos por la calle; hablamos por teléfono mientras cocinamos;  en la playa escuchamos música y leemos mientras tomamos el sol. Queremos abarcarlo todo. Al parecer, se nos ha olvidado el refrán de “Quien mucho abarca….”

Y así nos va. Lo hacemos todo con prisas y, claro, los resultados son los que son.

Yo tengo una teoría sobre  por qué nos hemos dejado arrastrar por esta corriente de hacer mil cosas a la vez y ninguna en concreto. Tenemos miedo al vacío, al silencio, a la inactividad. No hay que parar. Porque si paramos, si nos tomamos el tiempo para pensar y analizar, para reflexionar, descubriremos cosas que, quizás, preferimos seguir ignorando. Porque, ¿y si descubrimos que ir corriendo a todas partes no nos hace más felices? ¿y si nos damos cuenta de que ir con prisas no es sinónimo de aprovechar el tiempo? También podríamos llegar a la conclusión de que sólo hacemos muchas cosas, aun sabiendo que vivir no se basa en hacer, sino en sentir.

Pero, no hay que preocuparse, que para eso hay que parar, hacer una pausa. Aún me gustaría profundizar un poco más, pero tendrá que ser en otro momento, que ahora  tengo prisa.   






miércoles, 13 de mayo de 2015

EL HORMIGUERO: LA CLAVE DE SU ÉXITO

Cada vez nos cuesta más mantener la atención de forma continuada. Lo vemos también en  nuestros hijos, más inquietos cada vez. Incapaces de estar más de 5 minutos jugando a lo mismo. O de hacer los deberes sin distraerse. Hiperactivos, lo llaman ahora. Hay tal cantidad de estímulos externos a nuestro alcance, que no somos capaces de elegir. O mejor dicho, no queremos elegir. Por eso cambiamos de canal con tanta facilidad, por ejemplo. ¿Y cuándo cambiamos de canal? Cuando dejamos de sentirnos estimulados.

No queremos que nos atiborren de información, ni de imágenes. Queremos saciar nuestra curiosidad, pero en la justa medida. Queremos los titulares, no la letra pequeña. Queremos estar informados, sí, pero preferimos estar entretenidos. Y, sobre todo, queremos que nos estimulen.
                                                                                                                            
He ahí el secreto de EL HORMIGUERO: nos mantienen estimulados durante todo el programa. ¿Cómo? Cambiando el foco cada 5 minutos. Ninguna sección del programa se alarga más allá. Por eso el interés nunca decae. Sabemos, mientras estamos viendo el programa, que algo diferente está a punto de suceder. Y este nivel de tensión es el que nos mantiene enganchados. El secreto no es que Pablo Motos sea un gran presentador, que no lo es, en mi opinión. Ni las hormigas, ni el hombre de negro. Claro que llevar invitados de primer nivel ayuda, eso es indiscutible. Pero la audiencia es fiel, incluso cuando los entrevistados son personajes con menos tirón. Con lo que se confirma que la clave es el formato.

Mención aparte merece el hecho de que hayan acercado la ciencia al gran público. Un tema, a priori, aburrido, se convierte en atractivo gracias a la espectacularidad de sus experimentos. Sin olvidar que se hacen en directo. Bravo. Y sin olvidarnos del tinte pedagógico que tiene incluir una sección de ciencia en un formato de puro entretenimiento. Nos han enseñado que la ciencia no tiene por qué ser aburrida. Pero sobre todo, porque las demostraciones que se llevan a cabo tampoco duran más de 5 minutos.


Tomen nota, pues, directores y programadores: si no quieren que cambiemos de canal, ahora ya saben lo que hay que hacer. 

De nada. 

lunes, 27 de abril de 2015

ELS UNS I ELS ALTRES


És igual d’on sóc. O d’on vinc. O on visc. O on vaig néixer. Vaig néixer en una ciutat, vaig créixer en una altra i he acabat visquent a la mateixa on vaig néixer. Però cap de les dues em defineix. Totes dues formen part de la meva vida, però no defineixen el que sóc ni el que sento. També podria haver viscut a Nova York, Ámsterdam o Nova Delhi. I malgrat tot, seguiria sent jo.
  
Veig el conflicte entre catalans i espanyols i em dol veure fins on hem arribat. ¿En quin moment vam perdre la perspectiva i el seny? ¿Quan vam decidir que el que és meu val més que el que és teu i que no hi ha res més a parlar? Difícil arribar a acords quan els prejudicis són tants i les ganes d’entendre’s, tan poques.  Tots volen tenir raó. El xoc d’egos és evident. ¿No serà que ens estem donant massa importància? Els uns i els altres.
  
Ser català o ser espanyol. Ser o no ser. Aquesta és la qüestió. L’eterna qüestió. Segons els primers, no es pot ser les dues coses alhora. S’ha d’escollir. Malament. Els segons diuen que es pot ser espanyol de moltes maneres, exceptuant-ne una: sent català. Malament també. Els uns i els altres.
  
Recapitulem, doncs. Una gran quantitat de catalans (no sabem si majoria o no)  reclamen el seu dret a decidir, democràtic segons ells. Decidir què són, com són i on pertanyen. I amb aquest fi, proposen votar. Però el govern del PP prohibeix aquesta votació, aferrant-se també a la democràcia, que agonitza en les seves últimes hores, la pobra. L’han trepitjada tantes vegades, els uns i els altres, que cada cop li costa més recuperar-se. I el que és  pitjor: reconèixe’s.
  
Com a ciutadana d’enlloc i de tot arreu alhora, tinc la impressió que el govern del PP té por. Però no hi ha res a témer. Els catalans han demostrat ser gent de pau: es manifesten de manera cívica i ordenada. Exemplar, inclús. I només reclamen allò que consideren que se’ls vol prendre: la seva identitat. Però crec que en això s’equivoquen. Ningú no pot prendre a un altre la seva identitat. La seva essència. La nostra essència és intrínseca a nosaltres, no depèn del nostre context geogràfic ni de la nostra bandera. Ningú no em pot prendre allò que sento. I allò que sento és l’ únic que em defineix.
  
Però si tenen raó els uns o els altres, això és el de menys. Una vegada vaig sentir algú, immers en un conflicte, que deia al seu terapeuta. “Però és que la raó la tinc jo”. El terapeuta va respondre: “Però tu què vols? Ser feliç o tenir raó?”. El pacient va respondre amb una altra pregunta:  “¿És incompatible una cosa i una altra?”. La resposta va ser  “Moltes  vegades sí.” Crec que aquest diàleg representa molt bé el que ens està passant.

Esperar que els uns es posin en el lloc dels altres sembla una aspiració poc realista. Però sí aspiro a que s’escoltin sense prejudicis, que intentin entendre’s, que busquin junts una solució. Que deixin d’aferrar-se a ideals que, potser, no ho són tant. Que deixin de bombardejar-nos amb els seus missatges enquistats. I, sobretot, que ens deixis en pau. Els uns i els altres.
  
Em permeto citar Shakespeare per acabar, amb l’esperança de recuperar, ni que sigui una mica, la perspectiva. Això és el que deia Macbeth sobre  la transcendència, millor dit, intranscendència, de les nostres vides :

 “El soroll i la fúria de tota existència  humana suma zero. La nostra existència no és més que la resplendor d’una flama efímera.”




sábado, 4 de abril de 2015

LOS UNOS Y LOS OTROS


Da igual de dónde soy. O dónde vivo. O dónde nací. Nací en una ciudad, crecí en otra, y he acabado viviendo en la misma donde nací. Pero ninguna de las dos me define. Las dos forman parte de mi vida, pero no definen lo que soy ni lo que siento. También podría haber vivido en Nueva York, Ámsterdam o Nueva Delhi. Y aun así, seguiría siendo yo.

Veo el conflicto entre catalanes y españoles y me entristece ver dónde hemos llegado. ¿En qué momento perdimos la perspectiva y la cordura? ¿Cuándo decidimos que lo mío vale más que lo tuyo y que no hay nada más que hablar? Difícil llegar a acuerdos cuando los prejuicios son tantos y las ganas de entenderse, tan pocas.  Todos quieren tener la razón. El choque de egos es evidente. ¿No será que nos estamos dando demasiada importancia? Los unos y los otros.

Ser catalán o ser español. Ser o no ser. Ésa es la cuestión. La eterna cuestión. Según los primeros, no se puede ser las dos cosas a la vez. Hay que elegir. Mal.  Según los segundos, se puede ser español de muchas maneras, a excepción de una: siendo catalán. Mal también. Los unos y los otros.

Recapitulemos, pues. Una gran cantidad de catalanes (no sabemos si mayoría o no) reivindican su derecho a decidir, democrático según ellos. Decidir qué son, cómo son y dónde quieren pertenecer. Y para ello, proponen votar. Pero el gobierno del PP prohíbe esa votación, aferrándose también a la democracia, que agoniza en su lecho de muerte, la pobre. La han pisoteado tantas veces, los unos y los otros, que cada vez le cuesta más recuperarse. Y lo que es peor: reconocerse.

Como ciudadana de ninguna parte y de varias a la vez, tengo la impresión de que el gobierno del PP tiene miedo. Pero no hay nada que temer: los catalanes han demostrado ser gente de paz: se manifiestan de manera cívica y ordenada. Ejemplar, incluso. Y sólo reclaman lo que consideran que se les quiere arrebatar: su identidad. Pero en esto creo que se equivocan. Nadie puede arrebatar a otro su identidad. Su esencia. Nuestra esencia es intrínseca a nosotros, no depende de nuestro contexto geográfico ni de nuestra bandera. Nadie me puede arrebatar lo que siento. Y lo que siento es lo único que me define.
  
Pero si tienen razón los unos o los otros, eso es lo de menos. Una vez oí a alguien, inmerso en un conflicto familiar, que decía a su terapeuta “Pero es que la razón la tengo yo”. A lo que el terapeuta respondió “Tú ¿qué quieres? ¿Ser feliz o tener razón?”. El paciente respondió con otra pregunta “¿Es incompatible lo uno y lo otro?”. La respuesta fue “Muchas veces sí.” Creo que este diálogo representa muy bien lo que nos está pasando.

Esperar que los unos se pongan en el lugar de los otros parece una aspiración poco realista. Pero sí aspiro a que se escuchen sin prejuicios, que intenten comprenderse, que busquen juntos una solución. Que dejen de aferrarse a ideales que, quizás, no lo son tanto. Que se dejen estar de arraigos mal entendidos. Que dejen de bombardearnos con sus mensajes enquistados. Y que nos dejen en paz. Los unos y los otros.

Me permito citar a Shakespeare para finalizar, con la esperanza de recuperar, ni que sea un poco, la perspectiva. Esto es lo que decía Macbeth sobre la trascendencia, mejor dicho, intrascendencia, de nuestras vidas :

 El ruido y la furia de toda existencia humana suma cero. Nuestra existencia no es más que el destello de una llama efímera.”